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Venir sola: Abusos a inmigrantes peruanas en EEUU

Publicado: 2012-09-15

Venir sola a este país

A sus veintitantos años Camila pensó que una de las cosas buenas de Miami era el calor similar al de su natal Iquitos. Llegó a Miami a través de unos amigos que le dijeron que encontraría trabajo ahí. Tuvo mucha suerte al obtener la visa de turista. Soñó con que escaparía del Perú, que todo sería distinto. Las calles las veía más ordenadas, el tráfico más calmado y las avalanchas de mototaxis no existían. En cambio, las veredas andaban vacías había que andar en carro o tomar un bus que pasaba una vez cada hora. Pero sin papeles y recién llegada sólo le quedaba el transporte público. Era el año 2005 y todavía era posible encontrar un trabajo.

Uno de aquellos días, mientras caminaba por solitarias calles halló un restaurante peruano y decidió ‘aplicar’ en aquel lugar. Después de todo, su intuición le hacía creer que entre peruanos las cosas serían

más llevaderas. El administrador del restaurante era de Lima y desde que se conocieron no dudó en hacerle bromas sobre su origen amazónico. Ya no importaba; comenzaba el lunes por la mañana . Nunca la llegó a llamar Camila sino “charapita” en tono despectivo.  Empezó lavando platos, botando la basura y ‘mopeando’ los pisos. Como a todos los indocumentados, le pagaban en ‘cash’. Trabajaba 50 horas a las semana, no le consideraban horas extra y usualmente la hacían trabajar más de lo debido. Los fines de semana su turno se extendía si el manager decidía mantener el restaurante hasta más tarde. Claro, no le pagaban más.

A veces Camila se quedaba sola con el manager para cerrar el local y al no pasar buses a esa hora, este le

daba un ‘ride’ de vuelta a casa. La vida no era muy cómoda, pero pensaba en que si seguía ahorrando podría traerse a su hermano menor y mandar más dinero para casa. Contra todo pronóstico, una gran sonrisa la acompañaba todo el día y no dejaba que sus ojos compartieran angustia alguna. Su corazón albergaba muchos sueños como para que estas cosas la entristecieran.

Un buen día la ascendieron a anfitriona y sus sufridas manos sintieron el alivio. Las cosas parecían mejorar. Pero el mismo manager que la ascendió empezaba a decirle piropos casi todos los días. Era guapa la Camila. A veces hasta la tocaba disimuladamente y se reía como si se tratara de sutil broma. En cambio ella se asustaba y no sabía cómo responder. Es que en ese restaurante siempre despedían gente. El mismo manager decía que no les gustaba tener gente permanente porque con el tiempo se cansaban. Que era mejor exigirles más y más cada días hasta que ya no pudieran, y en ese momento, despedirlos. Ella veía cómo, con excepción de la cocinera y algunas meseras jóvenes, los empleados se renovaban cada 3 o 4 meses.

Con los días el manager comenzó pedirle que ella se siente en sus piernas, pedido que, descubrió, se daba

también con algunas meseras.  ¿Qué hacer? ¿Denunciar? ¿perder el trabajo? Arrepentida desde ya, lo permitió al inicio.

Mientras tanto, veía que varias noches su jefe salía a solas con una u otra de las meseras, todas ellas indocumentadas. Lo peor, pensaba Camila, es que él era peruano como nosotros. Algunas tardes el tipo este narraba que le había costado mucho obtener sus papeles y que, justamente por eso, consideraba que todos deberían “sufrir” en el proceso de conseguirlos, como a él. Todos.

Una noche de esas noches Camila, vio comprometido su cuerpo y huyó. Renunció sin saber a quién ir con sus penas. Su sombra se perdió en la soledad.

* Narración basada en casos reales.

Este artículo se publicó originalmente en El Peruanísimo, Miami en Setiembre de 2012.


Escrito por

Américo Mendoza Mori

@ameriqo Investigador cultural


Publicado en